Cuando comenzaba a amanecer, y luego del desayuno de rigor, emprendimos viaje a bordo de nuestra Motorhome con destino a Queenstone. Con Gabo al volante, haciendo en mi caso de co-piloto y DJ junto a Diego, arrancamos mateando este trayecto de una cantidad importante de kilómetros que nos separaban entre una ciudad y otra.
La ruta comenzó tranquila, con paisajes que nos recordaban mucho al interior de Uruguay, aunque a medida que íbamos avanzando la misma se iba volviendo cada vez más compleja, más difícil de transitar. Las sinuosas curvas, sumado al tamaño de la camioneta que estábamos manejando y al hecho de conducir del lado contrario al habitual, nos ponían en vilo ante la intranquilidad de saber que nos depararían los siguiente kilómetros venideros.
Pero así como las dificultades en el camino crecían, la recompensa también comenzaba a aparecer con los increíbles paisajes que contemplaban nuestras miradas sin poder dar crédito de su belleza. Sinceramente parece mentira poder admirar esas verdes montañas, esos contrastes de colores, esos lagos con agua turquesa y esas imágenes dignas de la mejor postal. Tantas veces habíamos visto fotografías con paisajes como estos, que era difícil caer que estábamos realmente allí presentes y siendo parte de tan bella escenografía.
Al mediodía decidimos parar y realizar una especie de picnic frente al impresionante paisaje que nos ofrecía el Lago Pukaki. El marco era ideal, invitaba a quedarse allí por largas horas simplemente haciendo nada, sólo mirando y disfrutando de la naturaleza en su máximo esplendor. Se me vino a la mente un relato de Galeano, que transcribo a continuación, y que reflejan en las palabras de ese niño mi sentir en ese momento:
Luego de unas cervezas de rigor, seguimos en el largo camino que aún nos separaba de Queenstone con energías renovadas, imágenes imborrables y mucha ilusión.
“Diego no conocía
la mar. El padre, Santiago Kovadloff, lo llevó a descubrirla. Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba más allá de los altos médanos, esperando. Cuando el niño y
su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena, después de mucho caminar,
la mar estalló ante sus ojos. Y fue tanta la inmensidad del mar, y tanto su
fulgor, que el niño quedó mudo de hermosura. Y cuando al fin consiguió hablar,
temblando, tartamudeando, pidió al padre: "¡Ayúdame a mirar!"
Luego de unas cervezas de rigor, seguimos en el largo camino que aún nos separaba de Queenstone con energías renovadas, imágenes imborrables y mucha ilusión.
Finalmente llegamos, tarde en la noche, por lo que no tuvimos tiempo hasta el día siguiente para poder conocer la ciudad. Igualmente la imagen que nos ofrecían las casas en la montaña y la bahía de fondo, hacían prever que valía la pena estar allí, ilusionarse con un nuevo pronto despertar.
Dejamos las Motorhome en un camping destinado para estos fines, en donde nos cobraban USD 20 por persona el hospedaje más USD 2 la ducha, los cuales milagrosamente honestos fueron abonados como corresponde y declarando la totalidad de los integrantes presentes. Luego de un largo de día de ruta era tiempo de descansar placidamente en una ciudad soñada, afortunados nosotros.
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