Luego de unos días alejado de la escritura, paso a contar lo vivido en estos últimos tres días, con un combito de ciudades de la West Coast y del Norte de la Isla Sur.
La Zona Oeste tiene su atractivo fundamental en las vistas que algunas de sus playas ofrecen. Las mismas no me parecieron algo exuberantes, ni que ameriten una catarata de elogios. Considero buscando ser objetivo que muchas de nuestras playas de Rocha, y por supuesto la de Araminda, no tienen nada que envidiarle a las mismas, lo cual invita a valorar con conciencia lo nuestro.
Más allá de esto, el hecho de que las condiciones climáticas no hayan sido las mejores esos días, dado que estaba muy nublado y por momentos con lluvia, condiciona indudablemente la percepción de éstas. Quizás en otro contexto, en otra fecha, el color de sus aguas y las playas en si nos hubiese dejado otra imágen. De momento no lo sabremos, pero es digno destacar la versatilidad de paisajes que ofrece este país: Playas, montañas, lagos, cascadas, glaciares, campos, fiordos. Todo tipo de paisaje que uno pueda imaginar Nueva Zelanda te lo regala en algún punto de su territorio y creo es uno de los puntos fuertes para conocer este magnífico país.
Al otro día visitamos la ciudad de Nelson, que probablemente se llame así en honor a alguna personalidad local famosa que tenía dicho nombre. Dado que está complicado para conseguir internet y/o sale sumamente costoso su uso por estas latitudes, evitaré el “googleo” para sacarme la duda al respecto, por lo que lo dejo librado a la imaginación de cada uno o a la asimilación que quieran hacer con algún tío, primo, padre, abuelo, amigo o pariente que así se llame.
La ciudad se encuentra situada al norte de la isla y recibe asiduamente un número importante de turistas, lo cual hace que la misma cuente con una cantidad más que considerable de comercios en sus calles. Obviamente que dado nuestro plan actual de ahorro actual no compramos absolutamente nada, por lo que nos abocamos a realizar una recorrida por sus calles con aires que me recordaban a Gorlero, su playa y planificar el pasaje en ferry hasta la Isla Norte del país.
Para poder concretar este traslado entre una isla y otra, fue necesario llegar hasta la ciudad portuaria de Picton a unos cien kilometros de distancia. Una vez allí, y por unos 80 dólares neozelandeses, tomamos el ferry que nos depositaría a nosotros y nuestras Motorhome en Wellington. El tiempo que nos insumió la peripecia fue de poco más de tres horas, y por más que el barco era muy coqueto (algo así como una versión neozelandesa del “Eladia Isabel” de Buquebus), se agitó en demasía por el oleaje reinante, provocando un mareo superior al experimentado en alguna de las noches de juerga de este viaje.
Reincorporándonos del agetreo producido por el oleaje, pudimos subir a la parte alta del barco y disfrutar la llegada a la ciudad de Wellington, con sus luces dándonos la bienvenida.
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