El
resto de los días en Ho Chi Minh transcurrieron con gran
tranquilidad, no había mucho más para hacer. Unas vueltas por el
Mercado Central para ver de hacer alguna compra, caminatas por la
ciudad, cervezas y charlas nocturnas.
Fue
tiempo entonces de partir con destino a Hoi An, ciudad ubicada en el centro
de Vietnam y a unos 600 kilómetros de la ciudad sureña en que nos
encontrábamos. Este lugar se caracteriza por contar con unas lindas
playas para poder relajarse y disfrutar de sus paisajes, además de
ser famosa también por existir una gran cantidad de tiendas que
hacen ropa a medida. Trajes, vestidos, zapatos, camperas, en fin,
todo lo que uno quisiera hacerse de vestimenta te lo fabrican según
tu talla, de un día para otro, a bajo precio y generalmente de muy buena calidad.
Nos hicimos un traje con beto por la módica suma de 55 dólares cada
uno, en realidad el pago un poco más dado que necesitaba más tela por tener medidas de "Big Buda", y por unos momentos volvimos a la formalidad perdida en estos meses de havaianas y
musculosa.
Nos
alojamos en el hotel “Phuoc An”, a unos pocos metros de la calle
principal. Muy bueno en todo sentido: seis dólares la habitación
para dos, piscina, y lo más disfrutable fue que nos daban
gratuitamente unas bicicletas para nuestra libre disposición durante
la estadía aqui. Hacía mucho que no andaba en “chiva” y la verdad
que cada paseo era disfrutable en si mismo, con el sólo hecho de transitar las
calles de Hoi An abordo de ella era suficiente. Andar sin rumbo, varios kilómetros
hasta la paya, hasta orillas del río, al puente japonés, o hasta donde el destino nos
llevara en un andar libre y sintiendo el viento como un aliado en
días de tanto calor.
Una
de las cosas que más logró impactarme de este lugar, fueron los
carteles que había en diversos restaurantes de la zona, ofreciendo
la jarra de cerveza a la increíble cifra de 3 pesos uruguayos. Nos
frotamos los ojos, lagrimeamos y pensamos por un momento de que algo
raro debía haber detrás de esos precios de fantasía. Fuimos en
busca de la verdad, desconfiados, pensando en la fama de los
vietnamitas de querer pasarte en algo a cada instante. Lo cierto es que nada de eso
ocurrió, y durante los cuatro días que aquí estuvimos tomamos una
cantidad ilimitada de jarras espumantes que embellecieron aún más los paisajes de la pequeña ciudad costera
y nuestra esbelta silueta. Muchos amigos que están en Uruguay seguro
se sentirían en el paraíso aquí, los tuve presentes en cada
brindis tomando unas a su salud (y a la de todo su árbol genealógico).
Tuvimos
tiempo de visitar la playa principal de la zona, la cuál estaba
bastante prolija. Una zona de muchas palmeras, reposeras que eran arrendadas a unos pocos pesos, quinchos de paja, sectores en los que se ubicaba la gente
local con un bullicio indescifrable y otros con más presencia de turistas acosados
por una oferta constante de cosas para comprar, beber, comer o lo que
fuese que implicara desembolsar algún billete o moneda. El mar era
verde, claro, aunque no muy transparente. Se vuelve difícil, e
innecesario por momentos, no entrar en comparaciones con otras playas
en las que hemos estado en este viaje o bien con las de nuestro
propio país. Seguramente luego de estar en El Nido sea sumamente
complicado poder asombrarse con algún mar o paisaje playero que visitemos, pero más allá de esto trato siempre
de abstraerme de eso y disfrutar cada lugar con su propio encanto y
con la magia que lo caracteriza.
Hoi
An ha sido un lugar en este viaje en el cual logré una conexión
sumamente positiva con el entrono y su gente. Un ambiente distendido,
también fomentado por una estadía de unos cuantos días sin mucho
movimiento y actividad pre programada, en un sitio ideal para estos
fines dados sus aires veraniegos y la simpatía de las personas que
aquí viven. Esto último es un elemento distintivo de la ciudad, se
percibe el trato es diferente entre las grandes ciudades y estas
zonas no tan pobladas y con menor desarrollo. Prevalece el trato
ameno, la simpatía y la buena onda de los lugareños hacia nosotros
en cada encuentro o charla casual. Me llevo la mejor imagen de este lugar y de su gente.
Un
capitulo aparte para el clásico jugado mientras aquí nos
encontrábamos, a tantos mies de kilómetros de casa. Era extraño
ver este partido desde un un lugar sumamente alejado al Estadio
Centenario, sin estar rodeado de mis hermanos, de mi viejo, de mis
amigos tricolores con los cuales compartimos tantas jornadas de
locura y amor por la misma causa. La ansiedad que tenía era mucha
desde temprano, si bien procuré encontrar distracción en otras
actividades y en las cervezas locales de tres pesos, no logré
sacarme de la cabeza el partido y la viabilidad de poder verlo por
Internet en horas de la madrugada vietnamita. Hablé por celular con mi hermano Germán que estaba en la colombes para sentirme más cerca, pianté lagrimón, la verdad que se extraña la flia. Luego fue tiempo de cabalas que afloraban
por doquier, la tensión que crecía a medida que estaba por pitar el juez, y finalmente en compañía del beto y Mago
nos aprestamos a ver el partido empilchado para la ocasión y añorando por un triunfo que nos mantuviera primeros en la anual para soñar con el bicampeonato. La conexión era espantosa, más entrecortada que la ruta
interbalnearia un domingo de la primer
quincena de enero, pero nada impidió que los gritos sonaran desde la
azotea devenida en tribuna, e impidiésemos el tranquilo dormir de
muchos de los huéspedes del hotel. Los comentarios de partido los
dejamos para los especialistas en la materia, sólo agradecer al
Chino por ese grito de gol que atravesó el mundo, a los jugadores y a la hinchada por esta alegría que seguro
la recordaré por toda la vida: “El clásico en Vietnam, 3 A 2 y de
atrás”.