Siguiendo con la recorrida española, llegó el momento de conocer su capital, Madrid. La ciudad de Barcelona marcó el final de la vida de hostel, nuestros dos últimos destinos seríamos recibidos por amigos que se encuentran viviendo en la “Madre Patria” que amablemente nos abrirían las puertas de su casa. Los puntos finales de muchas cosas que hemos experimentado, vivido, a lo largo de estos cuatro meses y medio de viaje comenzaban a aparecer de a poco.
Al arribar a la estación de Atocha, el amigo Fede Pugliese nos estaba esperando para acompañarnos hasta el apartamento que se encuentra compartiendo con su esposa Florencia desde hace apróximadamente un semestre. Recorridas callejeras acarreando las valijas de mil batallas, y finalmente llegada a destino, un tanto cansados, aunque contentos de reencontrarnos con amigos tan lejos de casa. Las relaciones y afectos no conocen de distancias.
El momento de destinar las primeras horas a la faceta más turística de Madrid llegaba luego del almuerzo, empezando por el Parque del Retiro, con su verde, sus fuentes y el lago principal como centro del mismo. Paisajes naturales, cálidos, que lamentablemente no abundan en este punto de España y que nos daban un respiro entre tanto calor y cemento.
La caminata primaria intentaba hallarnos en una gran ciudad, donde el asfalto predomina con imágenes que recuerdan a Buenos Aires y la curiosa falta de gente sobre sus calles, contrario a lo que preveía. La explicación de esto útlimo viene dada por el hecho de que aquí nos encontramos en el inicio de temporada de verano, haciendo un paralelismo con Uruguay sería algo así como estar en Montevideo en la primer quincena de enero, por lo que la mayoría de residentes madrileños se encuentran de vacaciones en zonas costeras por estos calurosos capitalinos días.
La Puerta de Alcalá nos invitabas a pasar frente a ella, todo un símbolo de esta ciudad. Arco del triunfo que supo ser puerta de acceso a Madrid para aquellos visitantes provenientes fundamentalmente de Francia o Cataluña, se encuentra ubicada en el centro de la rotonda de la Plaza Indendencia y de la ciudad misma. Quise entender el significado de la famosa canción que la evoca, pero me di cuenta que sólo sabía la frase que decía “ahí está, ahí está viendo pasar el tiempo: La puerta de Alcalá”, lo cual dificultaba cualquier tipo de análisis al respecto.
Siguiendo con la recorrida, el inmenso Banco de España aparecía en nuestro horizonte con la famosa fuente de Cibeles mirándolo desde lo bajo. Cuna de diversos festejos, sobre todo deportivos, reflejaba en sus aguas las memorias de la historia. Aquí las banderas de España flameaban por diversos puntos de la ciudad, lo que marcaba un evidente sentido de pertenencia, que marca a las claras las diferencias notorias que existen con los visto por ejemplo en Barcelona por razones conocidas por todos.
La zona de la “Gran Vía” con sus grandes locales comerciales fueron transitados con la prisa que imponía un calor desmedido por esas horas, hasta que finalmente detuvimos nuestro andar para descansar frente al Cine Callao en donde proyectaban por pantalla gigante el partido de basket entre España y Rusia por las semifinales de los Juegos Olímpicos de Londres.
Un tiempo sentados sobre el piso, que hervía por esas horas, ingreso al cine acompañado de festejos locales por la victoria española, y rumbo a la “Puerta del Sol” con sus artistas callejeros intentando ganarse el mango a través del arte. Esperábamos encontrarnos con algún tipo de puerta, como su nombre lo indicaba, pero la misma es inexistente, un claro potencial caso de denuncia en la "Liga de Defensa del Consumidor".
Continuamos hasta la Plaza Mayor, para luego tomarnos un tiempo y disfrutar de unas cervezas que el caluroso día demanaba, acompañadas de unas “bocaditas”, que son algo así como unas pequeñas empanadas o algo del estilo, bastante sabrosas y de diversos gustos.
Cuando la tarde comenzaba a caer llegamos a la zona de “Lavapies”, en donde se estaba realizando una fiesta callejera por motivo de los festejos tradicionales de San Lorenzo (Santo local), que el calendario marcaba para ese día.
En Madrid se encuentra prohibido tomar bebidas alcohólicas en la vía pública, lo que lleva a toda una movida de venta clandestina de cerveza utilizando como indicador de la presencia del vendedor, el crujir constante de la ya abollada lata. En el lugar nos encontramos con un grupo de amigos de Fede y Flor, principalmente chilenos, con los cuales intercambiamos vivencias y algunos beberajes de rigor. Terminamos el día emprendiendo un presuroso retorno hacia la estación de metro, dado el inminente cierre por esas horas, para finalizar bastante extenuados la larga jornada de bienvenida capitalina.
El día siguiente fue tranquilo, distendido. Luego de dormir una añorada cantidad de horas, salimos a una recorrida “shoppingistica” por la zona de Callao que aún permanecía casi desértica.
Disfrutamos de un parque en Segovia que parecía ser el único punto fresco de la ciudad, y en horas de la noche asistimos a una cena a la que habíamos sido invitados por el grupo de gente que compartimos parte del día anterior en Salvapiés. Un toque de glamour con diversos platos de sushi caseros preparados, acompañados de diversos Cuba Libre, Tequilas mexicanos y charlas extendidas por varias horas. Una divertida noche, con algún herido de bebida blanca y el gusto de sentirse bien recibido por gente desconocida que amablemente abre las puertas de su casa.
Nuestro último día aquí siguió con la tranquilidad que Madrid imponía. Los cuatro aprovechamos el soleado día para realizar un picnic en la zona de “Casa de Campo”, algo así como un gran parque con un lago en su interior. Espacio natural de esos que escasean en esta ciudad, tranquilidad, cotorras cantando sobre los arboles y el gusto de estar sin nada más (ni menos) que amigos y un bello paisaje de por medio.
Nuestro último día aquí siguió con la tranquilidad que Madrid imponía. Los cuatro aprovechamos el soleado día para realizar un picnic en la zona de “Casa de Campo”, algo así como un gran parque con un lago en su interior. Espacio natural de esos que escasean en esta ciudad, tranquilidad, cotorras cantando sobre los arboles y el gusto de estar sin nada más (ni menos) que amigos y un bello paisaje de por medio.
A la noche acompañé a Ceci al aeropuerto para que tome su vuelo hacia Montevideo. Después de compartir más de cuatro meses a sol y sombra, era tiempo de seguir unos días en soledad, felices de haber tenido esta hermosa oportunidad que la vida nos dió.
El siguiente día, temprano en la mañana dejé mi valija en Madrid, en casa de Fede y Flor, para partir mochila al hombro con destino a Valencia.
Mientras viajaba en el ómnibus camino a la ciudad costera del este, reflexionaba sobre aspectos del viaje, sobre encontrarme sólo en estos momentos luego de haber compartido ruta con tantas personas a lo largo de esta historia de varios meses. Soledad pasajera, bella por momentos y plataforma ideal para pensar, proyectar, soñar.
Al llegar a la terminal valenciana, mi amigo conocido en la jerga de Araminda como “el Negro Diego”, el cual reside aquí desde hace muchos años con su esposa e hijos, pasó a buscarme con su esposa para trasladarme hasta su casa en la que estaría hospedado cerca de tres días.
El lugar en que pasaría mis últimos momentos del viaje se llama "Port Saplaya", zona costera ubicada en la municipalidad de Alboraya, en las afueras de Valencia. Algunas postales con recuerdos montevideanos de camino, arboles bien nuestros, y una rambla que invitaba a recuerdos y proyecciones diversas.
El recuento de los días aquí data de mucha vida playera, largas charlas, guitarras, extensas jornadas de bar. Conocer mucha gente, valores que alegraban las jornadas como el gran Antonio y los piques de Ariel, muchas historias de vida y de remar la vida. Corderos en la noche, Cruz del Sur, recorridas varias, pubs de cierre, resaca (que no es más que el cuiroso nombre de un bolichón local). El puerto con sus hermosos botes flotando sobre las calmas aguas, la tranquilidad de un lugar ideal para vivir y encontrarse con uno mismo.
Hospitalidad de inmenso agradecimiento, Negro y Eva, los brazos abiertos, la emoción de sentirse querido y de que te abran las puertas de su casa de par en par. La alegría también de ver bien a gente humilde, laburadora, amiga. La crisis no se disimula en España, pero se la enfrenta y se le da batalla para que los sueños y el futuro sigan por el mismo camino.
Partí luego de tres días felices, de muchas historias y contento de haber cerrado aquí mi viaje. La alegría en los ojos de Alonso, hijo del negro y Eva, me quedan guardadas como la misma que me llevo a Montevideo luego de estos meses llenos de vida.
Al final fue tiempo de volver a Madrid para reencontrarme con Fede y Flor y tomar mi valija que me devolvería a mi querido país. Un fuerte abrazo a ambos por habernos tratado tan bien, por su dedicación a vernos felices, y por habernos recibido con la calidez de sentirnos como en casa. Estas actitudes a uno le llenan el corazón, no todo son intereses, la vida mantiene estas esperanzas. Hasta la vuelta, muchas gracias amigos.
Mejor cierre qe esa ultima Foto Imposible Bro.
ResponderEliminarte quiero mucho y te veo en unas horas