Nuestro
segundo día en París nos deparaba a primer hora del día conocer el
mítico”Louvre”, museo de cita ineludible para quien visite esta
ciudad. El Metro tenía una parada allí mismo, por lo que al salir de
la estación nos encontramos con la fachada del mismo y su puerta de
acceso principal.
Desconocíamos
que el primer lunes de cada mes la entrada es gratuita, lo cual tenía
la faceta positiva en el ahorro monetario, pero la negativa se vislumbraba en cuanto a la cantidad de gente que acudía al mismo ese
día. En el preciso momento en que observamos la fila empezaba a
ponerse potencialmente extensa para nuestro ingreso, pude
observar a mi derecha otra puerta de entrada sumamente pequeña, casi
sin gente, y que evidenciaba ser para personal autorizado o similar.
En ese instante logré percatarme de que era un buen momento para
sacar a relucir mi carnet de prensa “debidamente autorizado por las
autoridades urugayas”, el cuál finalmente logró facilitar nuestro
ingreso inmediato al museo sin ningún espera alguna. En horas de la
tarde, al encontrarme con compañeros del Grupo de Viaje, me contaban
que la misma había sido de más de dos horas, por lo cual la jugada
nos salió redonda. Gol de media cancha.
El
Museo del Louvre es el museo de arte más visitado en el mundo,
ubicado en el antiguo Palacio Real del Louvre, y en donde se alojan
diversas colecciones que abarcan desde descubrimientos del antiguo
Egipto, hasta pinturas de los más reconocidos pintores del Francia y
el mundo.
El
edificio es verdaderamente inmenso, recorrerlo integro y dedicándole
el tiempo debido a cada una de las diversas obras u objetos
expuestos, probablemente demandaría un día integro o probablemente
más. Una gran pirámide de vidrio se observa en el centro del patio
principal, lo que sumada a otras dos pequeñas a sus costados más
una última que se encuentra del revés, cierran una imagen de un museo completo,
lleno de historia.
La
recorrida nos insumió casi cuatro horas en donde pudimos apreciar
obras espectaculares, dentro de la que se encontraba obviamente la
famosa “Gioconda” de Leonardo Da Vinci. Era increíble ver a la
gente amontonada como ganado procurando sacar alguna foto, parecía
la típica imagen de un notero queriendo sacarle una palabra a algún
artista importante rodeado de varios guardaespaldas. Me gustaron sin
dudas mucho más otras obras que iba viendo de camino, aunque mi
escaso conocimiento de arte imposibilita una visión objetiva o con
fundamentos.
Luego
del almuerzo en el interior del museo, salimos a las calles con una
lluvia intensa que comenzaba a caer sobre nosotros. El día a su
vez era considerablemente frío para la época del año que es en
Francia, por lo que decidimos esperar un poco debajo de unos arboles,
con el “Arco del Triunfo de Carroussel” a uno de los costados y
la calle Champs Elysees asomando al otro; Un regalo para la vista.
La
lluvia lentamente comenzó a amainar, por lo que comenzamos a
transitar tranquilamente entre los arboles y aires calmos de los
“Jardines de las Tullerías”. Al final del mismo, el Obelisco de
la ciudad nos marcaba el inicio de la Avenida Champs Elysees,
descrita por muchos como una de las más famosas y hermosas en el
mundo. En ella se encuentran varias de las principales afamadas
tiendas de moda, como Louis Vuitton, Channel, Cartier, más alguna otra que
no recuerdo, conozco y más que probablemente nunca llegue a comprar
absolutamente nada.
La
avenida era amplia, reluciente, con muchos autos lujosos circulando
sobre ella y un gran caudal de gente transitando sobre sus extensas
veredas. No me animaría a catalogarla de “hermosa”, o algo
similar, aunque era cuanto menos sumamente atractiva y con un cuidado por demás
importante. Uno de sus encantos principales, según mi parecer, se lo
da el hecho de vislumbrar al final de la empinada calle el “Arco de
Triunfo”, uno de los símbolos de París y que le da una imagen
sumamente interesante al lugar en su conjunto.
El
Arco de Triunfo fue mandado a construir por Napoleón Bonaparte en
el año 1806 como reconocimiento a sus soldados por la victoria en la
batalla de Austerlitz. La idea primaria era la de ubicar el mismo en
la Plaza de la Bastilla, que era por donde llegarían sus tropas,
pero finalmente se terminó levantando en el lugar en que se
encuentra actualmente: la Plaza Charles de Gaulle
Impacta
mucho desde cerca, desde lejos. El tallado sobre la piedra, los
detalles perfectos de una construcción increíble de una altura
aproximada de casi cincuenta metros. La plaza en que se encuentra es
rodeada por una gran cantidad de calles, sobre las cuales circulan en
varias direcciones un constante y elevada cantidad de vehículos que
hacen casi inviable poder llegar simplemente cruzando la calle. Por
este motivo es que para poder acceder al mismo, es necesario hacerlo
a través de túneles subterráneos que desembocan en el centro
mismo del Arco.
Luego de un gran número de fotos diversas, de observar por unos minutos a una banda militar que se encontraba realizando algún acto protocolar en el lugar, seguimos camino rumbo a la Torre Eiffel a unas quince cuadras de diferencia entre un punto y otro.
De
camino, descendiendo por la Avenida D' Iena casi se nos pasa
desapercibido algo que nos impactó por el desconocimiento de su
existencia: La Plaza del Uruguay (“Place de L'Uruguay”).
En pleno corazón de París nos topamos con una plaza en honor a
nuestro país, con una estatua del procer de la patria José Gervasio
Artigas y en reconocimiento a nuestra independencia. Incrédulos de lo
que veíamos posamos y tomamos varias fotografías frente a la
estatua, frente al cartel de la plaza. Esto generó que un grupo de
turistas que venía detrás nuestro, probablemente de los países
bajos por su aspecto, viendo la relevancia que le estábamos dando a
eso se sacaran también varias fotografías sonrientes y abrazadas
al seguramente desconocido procer para ellas. Grande Artigas.
A
media tarde nos topamos de cerca con la magia de la Torre Eiffel, la
cual el día anterior se había dejado solamente espiar un poco desde
diversos puntos de la ciudad. Se vuelve
bastante emocionante estar frente a un ícono tan importante en el
mundo entero, del que tantas fotografías habíamos visto a lo largo
de nuestras vidas.
La
torre originalmente se denominó “Torre de los trescientos treinta metros”,
aunque un tiempo después adquirió el nombre actual en honor a quien
la diseñó: Gustave Eiffel. Su construcción finalizó en el año
1889, y fue objeto de una gran controversia en la época debido a que
muchos entendían era una obra que no resultaba para nada atractiva a
la vista, opaca. Lo cierto es que el tiempo la puso en un lugar de
referencia ineludible cuando se piensa en Francia, más aún en
París, siendo uno de los monumentos más visitados en el mundo desde
hace muchos años.
La
obra a plena luz del día no me pareció por demás bonita, aunque es
cierto que el atractivo principal se lo da justamente la importancia
asimilada a su imagen. El gris prevalece, asociado al hierro que se
observa por doquier a lo largo y ancho del gran tamaño que la misma
posee.
Hay
varias opciones a la hora de subir a la torre, en donde en todas
obviamente se debe pagar. La opción más costosa es la de acceder a
la superficie en ascensor todo el trayecto, mientras que en el otro
extremos se encuentra la de hacerlo por unas interminables escaleras
que sólo llegan hasta el quinto nivel, lo cual es una inmensidad.
Nosotros tomamos una opción intermedia, en la cual por 10,5 euros
subimos dos niveles por escalera y hasta la cima por ascensor. La
opción fue acertada, nada por demás agotadora la primer parte y una
vista increíble de la ciudad en la parte superior. Contemplamos los
diversos puntos claves de París desde lo alto, las catedrales,
museos, obras, parques, puentes y el Río Sena en toda dirección.
Al
descender estaba ya anocheciendo, por lo que decidimos quedarnos a
disfrutar la últimas imagenes desde un parque contiguo, en donde
había una gran cantidad de personas sobre el cesped tomando algo o simplemente observando la inmensa torre.
Al
momento de partir sentimos unos gritos que nos llamaron la atención
y alarmaron, pensando que algo extraño estaba sucediendo allí. La
sorpresa fue mayúscula al elevar la vista y percatarnos que la torre
se había encendido magistralmente, con un juego de luces blancas a
lo largo de la misma que deslumbraban por la hermosa visión que
regalaba. Parecía un inmenso arbol de navidad, ahora si con una
imagen sumamente bella, que quedó guardada en nuestras retinas.
Era tarde en la noche, el día estaba finalizando, cuando partimos a nuestro hostel con la certeza de haber vivido un día mágico, único e inolvidable.
El
último día en París implicaba salir a conocer el “Palacio de
Versalles”, en las afueras de la ciudad. El mismo había sido
utilizado en siglos pasados como residencia de la familia real, lo cual
implicaba un interior sumamente lujoso, sumado a unos parques y
jardines exteriores inmensamente hermosos.
El
Municipio de Versalles era un lugar que marcaba un cambio en el aire
que se respiraba, sumamente distinto al de París. Una gran
tranquilidad transcurría en la zona, parecía un coqueto pueblo del
interior con su clima cálido, ameno, hasta familiar.
Llegamos
y nos desayunamos con la noticia de que el interior del palacio iba a
estar cerrado ese día, por lo que solamente podríamos conocer el
exterior del mismo, así como también sus jardines y parque en las
afueras. La situación si bien no era la deseada, tampoco nos generó
un descontento mayor, había que mirar el lado inmensamente positivo
de la cuestión y de estar allí presentes.
Almorzamos
una clásica baguette francesa en una plaza y partimos rumbo al
palacio, a unos escasos metros. El portón de entrada ya evidenciaba
un lujo importante, lo mismo que la obra sobre sus espaldas y todo lo
que rodeaba al mismo. Por un costado traspasamos un corredor para
llegar a la increíble vista que el jardín nos regalaba, contrastada
con la también espectacular fachada del edificio real con sus
tallados en piedra y estilo particular pegado a él.
Luego
de un largo rato volvimos a la ciudad, un cambio de aire se volvía a
imponer aunque la idea del contraste también resultaba atractiva.
Decidimos ir al "Barrio Latino", lugar que nos habían recomendado para
caminar sin rumbo predeterminado y tomar algo en alguno de los
numerosos bares o restaurantes que allí se alojan. Hicimos eco de
las recomendaciones, disfrutamos del ambiente bohemio y artístico del lugar, finalizando así nuestra estadía por esta
hermosa ciudad.
Los
días en París terminaron, muchas imagenes, sonidos, aromas,
probablemente perduren por mucho tiempo. Que no se apaguen nunca tus
luces, “Au Revoir París”.
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