Londres
era un destino generaba en mi amplias expectativas previas. Por un
lado implicaba conocer una de las ciudades más importantes de
Europa, con muchas referencias positivas de ex viajeros, de
conocidos, sumado al hecho de que en estos momento estaba siendo sede
de los “XXX Juegos Olímpicos” con toda la movida que esto trae
consigo. Por otro lado tenía también un
componente personal, emotivo, dado que aquí me reencontraría con
uno de mis grandes amigos de la infancia, Matías, a quien no veía
desde hacía algo más de nueve años y que luego de mucho tiempo viviendo en España se encontraba ahora en la capital inglesa por estos días.
Lo
primero que me llamó la atención al llegar a Londres fue que el
aeropuerto no vislumbraba la disputa del acontecimiento olímpico, al
menos en lo que a difusión y publicidad refiere, así como tampoco en
cuanto a las medidas de seguridad que uno intuía podían ser
excesivas por aquí. Algún que otro cartel en los corredores, más
algún interés particular en el buen servicio con el turista, eran
las pocas señales visibles de encontrarnos en un momento especial y
diferente para la ciudad.
Las
opciones para llegar a nuestro hostel eran básicamente dos: la de
hacerlo a través de un tren de alta velocidad, el cual nos dejaría
en quince minutos en nuestro destino aunque por la friolera de
dieciocho libras (algo así como veintisiete dólares); O bien la de
tomar el metro corriente, por cuatro libras y una demora del entrono
de la hora y quince. No hace falta aclarar que nos acomodamos para un
largo viaje, sacamos las cuentas de cuantas cervezas rendían esas
catorce libras, y sonrientes arribamos en algo más de una hora a la
zona de Queensway en la que estábamos alojados.
Al
salir de la estación Mati nos estaba esperando, igual que siempre,
con el mismo semblante con el que nos encontrábamos en la puerta del
Solanas, allá en la zona del Prado, o en esas noche de "Factoria" de alto vuelo. Parecía que el tiempo no había
pasado, salvo por algún kilito de más y unas canas que de a poco se
empiezan a peinar. Sin lugar a dudas la amistad verdadera puede más
que las crisis, los problemas económicos y las distancias, que
muchas veces se sienten pero no derriban lo que el tiempo y los
sentimientos han construido sobre la base de determinados valores.
Empezamos
a caminar, como yendo al liceo o a algún bolichón de mala muerte
como esos que frecuentabamos, y a unos escasos metros llegamos a
nuestro guerrero hostel: “The Royal Bayswater”. Rápidamente
dejamos nuestro equipaje en la habitación , para partir minutos más
tarde de recorrida por los puntos claves de la ciudad, los cuales
eran muchos y sin el suficiente tiempo disponible como para
abarcarlos con la tranquilidad deseada.
Al
transitar por las calles recién comenzaba a sentirse la presencia de
los Juegos Olímpicos en el ambiente. Uno se cruzaba con innumerable
cantidad de gente de diversas nacionalidades, camisetas y banderas de
distintos países, además de que el color típico del
acontecimiento, el violeta, prevalecía por los diversos rincones a
los que se mirara por la ciudad. Recorrimos primero la zona de “Picadilly
Circus” en donde los comercios estallaban en todas direcciones, y
las luces de los inmensos carteles luminosos no discriminaban entre
el día o la noche. Mucho glamour, tiendas costosas y calles
embanderadas eran las imagenes proyectadas aquí.
Seguimos
de larga caminata, pasamos frente a varios Museos de la zona, la
plaza principal e hicimos un primer corte para tomar unas
espectaculares cervezas en los típicos bares locales. Uno de los
atractivos más esperados comenzó a asomarse a unos escasos metros
de donde estábamos. El "Palacio de Westminster", sede del parlamento
británico, junto con el famoso "Big Ben" deslumbraban nuestra vista y
hacían perderla en las espectaculares terminaciones que la obra
tiene. Espectacular, reluciente, digna de innumerables elogios por la
construcción en si, así como también por el estado en que se
encuentra el mismo.
A
sólo unos escasos metros se encontraba el conocido “Tower Bridge”,
adornado con los clásicos aros de los Juegos Olímpicos, y con el
río Támesis corriendo debajo de él. Nos quedamos tomando algo con
este puente elevadizo que data del año 1894 de fondo, y aprovechamos
para tomarnos un descanso luego de una cantidad importante de cuadras
que habíamos caminado durante horas.
Finalmente
terminamos la clásica recorrida conociendo el mítico “Buckingham
Palace”, lugar de residencia de la familia real británica, al cual
se nos dificultó un poco el acceso dado que había varios estadios
armados en la zona, y los desvíos se volvían interminables para
poder llegar hasta la puerta del mismo.Contemplamos el lugar, la
fuente frente al mismo, tomamos las fotos de rigor y rumbo a la cena
junto con María, la novia de Mati, que salía por esas horas del
trabajo.
El
segundo día en Londres venía claramente marcado por la visita a
Wembley, en donde Uruguay enfrentaría a Senegal por el fútbol
olímpico en horas de la tarde. Se volvía difícil pensar en otra
cosa que no fuese el partido, aunque para calmar un poco la ansiedad
y aprovechar la corta estadía en Londres, decidimos hacer una
recorrida matinal por la zona cercana al hostel. Bajo una leve
llovizna llegamos caminando al barrio aledaño de la zona oeste de
Londres, llamado “Nothing Hill”. Este lugar había sido
popluarizado hace más de una década por la película llamada “Un
lugar llamado Nothhing Hill”, con la actuación de Julia Roberts y
Hugh Grant, en el cual aparte del nombre, gran parte de la película
transcurre aquí. Un sitio por demás cálido, en donde se respiraba
mucha paz y tranquilidad, con calles angostas acompañadas de
pequeñas edificaciones típicas inglesas y varias tiendas de música
con ofertas increíbles en las que me compre algun que otro material (Dylan, Paul y Jack Johnson).
En
esta parte de Europa el frío había retornado a nuestras vidas, por
más que aquí estemos en pleno verano, por lo que tome un liviano
abrigo en el hostel y emprendí camino rumbo a la casa de mi amigo
que estaba a unas escasas cuadras del estadio de Wembley. Previa con
un litraje cervezero importante, charlas varias, música inspiradora,
manija mutua, y ómnibus mediante estábamos frente al histórico
escenario, cuna de grandes disputas deportivas y recordados recitales
musicales del pasado. Deslumbrados por las dimensiones del estadio,
hicimos una parada técnica en un bar pegado al mismo para tomar unas
más, y en escasos minutos a la cancha la celeste. La adrenalina ya estaba al mango, es increible todo lo que genera el futbol y como lo sentimos por nuestras latitudes, rozando lo enfermiso. Colgue la bandera tricolor en una parte de la tribuna y a sufrir, como buenos yoruguas no podemos abstraernos de sufrir los partidos y andas con alguna calculadora cerca para estar seguros de que "matematicamente tenemos chances".
El
resultado fue negativo, perdimos dos a cero, jugamos espantoso y nos
tuvimos que bancar a todos los ingleses hinchando por Senegal o
abucheando constantemente a Suarez cada vez que tocaba la pelota. Más
allá de esto fue una experiencia inolvidable, por el contexto, por
el lugar, la compañía, por lo vivido antes, durante y después del
partido. La piel erizada y la emoción sentida en el momento que
suena el Himno Nacional en un país ajeno, el poder ver y conversar
con tantos compatriotas bajo los mismos colores, ver la bandera
flamear, compartir vivencias, anécdotas, recuerdos. En definitiva,
sentirse más cerca de casa.
El
ultimo día en la capital inglesa lo tomamos para recorrer algunos
puntos que nos habían quedado pendientes según las actividades
proyectadas a realizar aquí. Temprano tomamos el metro y partimos
hacia la zona de Abbey Road, en donde se alojan los estudios de
grabación inmortalizados por una de mis bandas favoritas, de las más
importantes en la historia de la música; “The Beatles”. Un alto
contenido emotivo generó en mi ver y transitar la mítica cebra que
fuera portada del disco que lleva el nombre de la calle. Parecía un
niño chico, con una sonrisa indisimulable e intentando remontarme a
fines de los años sesenta mientras tarareaba “Something” o “Here
Comes The Sun”. Me arrimé a los Estudios propiedad de la compañía
EMI, sin poder ingresar ya no está permitido, dejé mi firma en el
muro de entrada y miré al cielo intentando ver un poco más allá en
el tiempo.
Al rato después fuimos a conocer la zona de la Villa Olímpica, denominada “Olimpic Park”. Lamentablemente para acceder a las inmediaciones de los escenarios deportivos, es necesario también tener entrada, por lo cual debimos conformarnos por ver todo desde un punto alejado, rodeados de una innumerable cantidad de personas que había en la zona. Seguimos camino rumbo a “Hyde Park”, disfrutando del ambiente natural que regalaba el lugar. A unos escasos metros, en el interior mismo del parque, estaba montado un espacio destinado a observar los acontecimientos de los Juegos con una gran cantidad de pantallas gigantes, puestos de comida, merchandising y otros servicios asociados a esto. Como la entrada era gratuita ingresamos, vimos tirados en el pasto un poco de volley femenino que proyectaban en una de las inmensas pantallas y volvimos a nuestro hospedaje para partir rumbo a Amsterdam.
Generalmente
mis relatos terminarían acá, pero la llegada al aeropuerto fue toda
una odisea y un cúmulo de nervios compartidos. Salimos del hotel
unos minutos más tarde de lo esperado, aunque según la indicaciones
de una de las personas que atendía el mismo aún estábamos sobrados
de tiempo. Hicimos tres conexiones de metro y desde la última,
“Victoria Station”, debíamos tomar un bus que nos dejaría en el
aeropuerto en apróximadamente una hora. Al llegar allí, nos
enteramos que el tiempo de duración hasta el aeropuerto era de casi
dos horas, por lo que si a eso le sumábamos que teníamos que
aguardar que el coche saliera, implicaba que estuviésemos sumamente
justos para llegar a nuestro vuelo (que encima habíamos comprado un
día antes por cerca de ciento cincuenta dolares cada uno). Las
cuentas igualmente nos estaban dando, apretadas, pero
“matemáticamente teníamos chances” de abordar llegando una hora
antes. Todo comenzó a cambiar cuando en la mitad del trayecto el
ómnibus se detiene, la calle se ve cerrada por policías y el conductor dice
“Somebody jump of the roof” (Para los que no saben inglés algo
así como “alguién se tiró de la azotea de un aprtamento”). El
nerviosismo era generalizado, ya que no eramos los únicos que
perdíamos nuestro vuelo, por lo que nos bajamos y empezamos a
tantear el panorama para ver que opciones teníamos. Una de ellas era
la de tomar un taxi, el cual nos iba a fajar desconsideradamente en el
precio. La otra era que el ómnibus se moviera de alguna forma de
allí, movida dificultosa por la cantidad de efectivos policiales que
había en la zona. En un momento vemos que el conductor se pone a
hablar con una oficial de la policía que nos estaba cerrando el paso
atrás con un sólo vehículo, por lo cual aprovechamos el momento
para empezar a meter presión y agitar el tema para que nos liberen
la esa salida.
Finalmente
la movida dió sus frutos, por lo que salimos aunque con cerca de treinta minutos de retraso, implicando esto
que llegáramos al “check in” a treinta y cinco de que partiera
nuestro vuelo. Una veterana que atendía nos dio una mano
liberándonos la fila, nos dijo básicamente que eramos unos boludos
por llegar tan sobre la hora, y la mujer que nos dio los Boarding
Pass sólamente atinó decirnos: “run!!”. Corrimos como para
competir en alguna disciplina olímpica, ahogados, casi sin poder
respirar íbamos recorriendo los inmensos pasillos del aeropuerto.
Finalmente llegamos, en la última llamada pudimos ingresar al avión
y arribar felices a Amsterdam. Definitivamente, ya no estamos para estos trotes.
Ya pasó una semana de esto :( Ojalá la siguiente visita no se haga esperar tanto ;)
ResponderEliminarAbrazo a los dos!
Mati, Guille. Una alegría inmensa verlos juntoS nuevamente
ResponderEliminarLondon, el Big Ben, Tower Bridge, La arquitectura, las calles. Abbey Road. A full!