Llegar
a París era todo un acontecimiento en si mismo, invitaba a soñar. Un
lugar con un perfume especial, con promesas de glamour y un espectro
cultural sumamente amplio, diverso.
Las
primeras horas no fueron lo placenteras que esperaba. Poder marcar
nuestro pasaje hasta nuestro próximo destino, Barcelona, nos insumió
cerca de tres horas dadas las extensas colas y las dudas de gente que
llega a la ventanilla sin saber que es lo que realmente pretende
hacer (si sacar un pasaje de tren o compar doscientos gramos de mortadela y de queso parmesano). Cansado y contrariado, finalmente logramos entre diversas
vueltas llegar a nuestro (Hipo) Hotel cuatro horas después de lo
esperado, imponiendo esto un cambio en nuestros planes primarios del
itinerario para el día.
La
zona en la que estábamos alojados, sobre la calle Avrón, denotaba
ser algo humilde, de gente trabajadora y lejana a las visiones de
champagna francesa asimiladas a la ciudad. Me llamó la atención la
gran cantidad de indigentes que había por allí pidiendo una moneda,
algo que al menos yo no esperaba encontrar en tal magnitud en París, pero que muestra una realidad en la
que no todo reluce ni siquiera por estas latitudes.
Tomamos
nuestra linea de subte en la estación “Porte de Montruil” y
minutos más tarde estábamos arribando a la “Ile de la cité”,
la parte más antigua de la ciudad y de la cual tantas veces había
escuchado historias alrededor de ella. Los mapas no cerraban, nuestra
lectura de los mismos seguramente tampoco, por lo que nos llevó un
tiempo mayor del esperado poder ubicarnos y finalmente caminar en la dirección
correcta. Pasamos frente al parlamento y a unos escasos metros nos
cruzamos por primera ves con el famoso río Sena, el cual divide claramente en dos a la ciudad. Atravesamos uno de los tantos puentes que
hay en la isla, para llegar nada menos que a Notre Dame con sus
emblemáticas dos torres de entrada dándonos la espectacular bienvenida.
La
catedral, con su estilo gótico, es una construcción cuyo inicio
data del año 1163 y desde su nombre se aprecia la dedicación de
dicha obra a la Madre María (“Nostra Señora”) . Es un lugar en
el cual impactan sus terminaciones, las estatuas perfectamente talladas,
las grandes puertas de acceso. Es un claro símbolo y fiel reflejo de
una época, la cual indudablemente ha trascendido las generaciones en
su conservación y esplendor hasta el día de hoy.
Luego
de una fila relativamente breve, al menos para lo que presumía podía
insumir de tiempo por la cantidad de gente presente, logramos entrar
en la iglesia no sin antes discutir con una china que para variar
pretendía colarse como es generalmente costumbre en su tierra natal.
Adentro la catedral mantenía la perfección de la construcción,
sumado a algunas pinturas, estatuas y a un sin fin de velas
encendidas que le daban un clima cálido de luz tenue. En esos
momentos se estaba llevando una misa, por lo que con respeto y
silencio dimos una vuelta en su interior, para seguir minutos màs tarde por nuestro
camino parisino.
Ya
fuera de la catedral, dado que era relativamente tarde, decidimos
caminar por la zona y ver los diversos puntos de interés que se
presumía iban a aparecer de camino. El río Siena nos marcaba el
paso con la hermosa vista que ofrecía, con sus puentes atravesándolo
y regalándonos postales a cada metro que íbamos avanzando. Sin salir
de la isla de la Cité pasamos frente a “Conciergerie”, el
palacio más antiguo de París, también por “Saint Chapelle”.
Todas obras impresionantes en su dimensión y aspecto, increíblemente
en un radio no mayor a cuatro o cinco cuadras. Elegancia y arte por
doquier.
Recorrimos diversas calles hasta llegar a los "Jardines de Luxemburgo", en donde se imponía un descanso dentro de uno de los parques más bonitos de Francia. Como bienvenida de gala, el Palacio de Luxemburgo en su puerta era lo primero que uno observaba al llegar, aunque traspasando el portón de entrada un paisaje natural hermoso, rodeado de colores vivos terminaba de darle un toque perfecto al mismo. Flores por doquier, llenas de color, de vida. Arboles diversos, fuentes, patos, bancos que invitaban a sentarse sobre ellos a simplemente admirar el paisaje increíble que ofrecía el lugar y dejar la mente volar hacia lugares desconocidos.
En
un sólo día la “Ciudad de las luces” nos invitaba a embriagarnos de arte, de un refinado gusto por el perfeccionismo que se aloja en cada rincón de sus calles. Se respira creatividad, influencias diversas, y en cada pequeño detalle se lograr absorver la inspiración de una ciudad increìble. Que venga un nuevo día...
Paris!!! = )
ResponderEliminarSeeEeEE!!!
A full brother!! París, Europa, lugares increíbles por doquier
EliminarNos vemos en una semana, con todo!!!
Abrazo grande!!
Che me contaron que te puso muy romántico Paris, puede ser?
ResponderEliminarOne week y contando!!!
Abrazo
Soy un romántico!! jejeje
EliminarIncreible que falte solo una semanita, habrá que salir por las calles montevideanas en busca de nuevas aventuras.
Ahora estoy con el Fede en su ksa de Madrid, en dos días rumbo a lo del negro Diego...que figuritas! jeje.
Abrazo grande!!